viernes, 11 de mayo de 2018

Epístolas (fragmento)



 25 de abril de 1985

Pequeña Flor:

        Pasaron muchas mañanas desde aquella en que leí tu carta.
               Creeme que me emocioné mucho. Tanto que fui a cumplir prontamente tu pedido.
         Amanecía ya cuando me encaminé rumbo a la playa, la mañana era fría, mis manos sentían el dolor de la temperatura, mi cuerpo el cansancio del viaje sin sueño. Así me encontraba en la arena mirando la rojiza claridad del amanecer, cuando lentamente comenzó a asomar el sol detrás del mar, las aguas se cubrían de reflejos, las nubes quietas en el cielo se llenaban de colores, mi sombra se proyectaba largamente cruzando el médano y la calle.
           De pronto desapareció el frío y el cansancio, comencé a caminar por la playa teniendo como únicas compañías las gaviotas que comenzaban a buscar alimento.
                           Yo era “dueño” de todo eso.
           Gracias hija mía, son tuyos esos instantes de tan intensa paz y alegría. 

           


5 comentarios:

Eme dijo...

El resto me lo guardo para mí.

guille dijo...

La epístola preciosa.

Lo de guardarte para ti no se hace, eso hace perder tiempo de vida a los universalmente curiosos.

Eme dijo...

Guille: una vez la compartí completa, pero la saqué enseguida, se siente un poco raro, es muy personal. Esto también, pero es tan poético y me quedaron tan pocos escritos de él, que quería ponerlo. Eso.

Por otra parte, no me chamuye, los universalmente curiosos nunca pierden el tiempo.

Beso!

TORO SALVAJE dijo...

Tan mágico, tan sencillo, tan hermoso...

Eme dijo...

Sí, sobre todo tan sensillo.
Tan simple.

Besos, Toro.