25
de abril de 1985
Pequeña
Flor:
Pasaron muchas mañanas desde aquella en
que leí tu carta.
Creeme que me emocioné mucho.
Tanto que fui a cumplir prontamente tu pedido.
Amanecía ya cuando me encaminé rumbo a
la playa, la mañana era fría, mis manos sentían el dolor de la temperatura, mi
cuerpo el cansancio del viaje sin sueño. Así me encontraba en la arena mirando
la rojiza claridad del amanecer, cuando lentamente comenzó a asomar el sol
detrás del mar, las aguas se cubrían de reflejos, las nubes quietas en el cielo
se llenaban de colores, mi sombra se proyectaba largamente cruzando el médano y
la calle.
De pronto desapareció el frío y el
cansancio, comencé a caminar por la playa teniendo como únicas compañías las
gaviotas que comenzaban a buscar alimento.
Yo era “dueño” de
todo eso.
Gracias hija mía, son tuyos esos
instantes de tan intensa paz y alegría.
5 comentarios:
El resto me lo guardo para mí.
La epístola preciosa.
Lo de guardarte para ti no se hace, eso hace perder tiempo de vida a los universalmente curiosos.
Guille: una vez la compartí completa, pero la saqué enseguida, se siente un poco raro, es muy personal. Esto también, pero es tan poético y me quedaron tan pocos escritos de él, que quería ponerlo. Eso.
Por otra parte, no me chamuye, los universalmente curiosos nunca pierden el tiempo.
Beso!
Tan mágico, tan sencillo, tan hermoso...
Sí, sobre todo tan sensillo.
Tan simple.
Besos, Toro.
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