Era un hermoso domingo de sol.
Rebeca yacía boca arriba sobre una espesa capa de hojas amarillas y rojas, los
brazos desnudos abiertos de par en par, los enormes ojos azules reflejando el
cielo. El largo pelo naranja extendido como alegres rayos de sol.
***
Rebeca
caminaba disfrutando el momento, por sus auriculares salía la voz de Avril
Lavigne cantando Innocence, no sabía de qué iba la letra pero la melodía
acompañaba su estado de ánimo y una sonrisa se dibujó en su cara. Se sentía
plena, quería seguir disfrutando y que esa sensación durara para siempre,
aunque ella bien sabía que “siempre” y “nunca” eran demasiado tiempo. Las hojas
crujían bajo sus pies y el sol le calentaba el cuerpo. No había mucha gente circulando por el parque
esa mañana y se le antojó que todos se habían ido a otro lado, a la costa-
pensó - es cerca y es lo que todos hacen cuando pueden escapar de la ciudad.
Imaginó muchas situaciones, le divertía pensar qué hacían las “otras personas”,
imaginaba familias enteras haciendo los preparativos del viaje, o a parejas
felices sin niños y ¿por qué no? a alguna mujer mayor sola con sus penas, sola
como ella sí, pero con penas y mayor. Y trató de pensar qué podría estarle
pasando, pero nada triste se le cruzó por la mente así que desvió ese
pensamiento oscuro para que no se le fueran a contagiar las desgracias de esa
otra a la que no conocía de nada. Al fin y al cabo se la había inventado.
De
pronto un sonido la devolvió a este mundo, un ancianito sentado en un banco
golpeaba su bastón contra el suelo, tac ¡tac! Uno suave primero y uno fuerte
después, paraba un momento y lo volvía a repetir: tac ¡tac!
Rebeca
se detuvo y sus pensamientos se colgaron de ese sonido,
siguió con su mirada los ojos del hombre
que se perdían en el suelo lleno
de hojas, imaginó que sería viudo, o tal vez el ex marido de la mujer mayor que
se había llevado sola sus penas a la costa. De repente le pareció divertido
haberlos relacionado, uno era real y el otro inventado. Levantó sus ojos del
suelo y se cruzó con la mirada oscura, pétrea, penetrante del anciano, que ahora se encontraba parado frente a ella. Un
escalofrío le recorrió la espalda y se estremeció.
El sonido
del bastón ya no se escuchó afuera… el tac ¡tac! crujió adentro de su cabeza y
en la cara del viejo se dibujó una expresión enajenada.
***
Rebeca yacía boca arriba sobre una espesa capa
de hojas amarillas y rojas, los brazos desnudos abiertos de par en par, los enormes
ojos azules reflejando el cielo. El largo pelo naranja extendido como alegres
rayos de sol. Las piernas blancas cruzadas una sobre la otra ocultando púdicamente
el sexo profanado. Suaves, blancas, frías… como sus manos, como su cara. El pecho en una torsión
extraña, la boca delicadamente abierta, como la de una muñeca. Una muñeca
lívida, inmóvil, rota.
Silvio Mathar
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