Metió las manos en los bolsillos para protegerse un poco del frío y salió a la calle.
Aunque pasaba del mediodía estaba muy oscuro. Los nubarrones negros
ocultaban el cielo, y la llovizna helada hacía todo más pesado. Caminó
sin parar. No levantó la cabeza cuando cruzó la avenida y los bocinazos
hicieron que se despabilara. Avanzó directo hacia la plaza, se sentó en
el banco más oculto y lejano y encendió un cigarrillo. Pensó en quedarse ahí a fumar toda la tarde hasta congelarse, pero necesitaba un trago.
Comenzó a sentir la ciclotimia del invierno que con un breve momento de
sol te abraza y al instante te sume en la más profunda y fría
oscuridad.
Sabía que algo no estaba bien. Se lo decía su conciencia y
su sentido común, se lo decían las miradas, las normas de convivencia y
las leyes...
Pero lo hecho… hecho está. Nunca hubiera pensado que podría hacerle daño, la suma de sentimientos encontrados le
agarrotaban el corazón: la impotencia, el miedo, el dolor... y detrás de
todo eso el deseo incontrolable y la necesidad de hacerlo.
7 comentarios:
Un texto viejísimo, rescatado, de esas épocas en que intentaba escribir algo.
Pues rescata mas, que este es muy bueno.
Pues veremos, si no me dan mucha vergüenza... jaja, gracias, Guille. Besos!
Muy bueno!! Tal cual rescatá más!
Vergüenza es robar, decía mi abuela.
Besote.
Toca ser desvergonzada.
mundo y alma en sintonía...
Bueno, cualquier cosa si alguien se queja les echaré la culpa a Dana y Guille.
F: tenés razón, no lo había pensado.
Publicar un comentario