Anoche soñé con el último hombre que amé y que no me quiso*.
Como todas las veces que lo sueño, estábamos en un lugar lleno de gente.
Tenía de la mano a su pequeño hijo.
Yo, por alguna de esas sinrazones de los sueños, estaba acostada en el piso.
Y desde ahí lo miraba con recelo.
Él se volvía a ver tan alto como fue mientras lo amé.
En un momento, el último hombre que amé y que no me quiso, se acercó y me dio una carta.
Más bien la lanzó hacia mí.
Y me miró con ojitos vergonzosos de esto es lo que tengo que decir.
Estaba escrita en un sobre de papel madera, grueso y abultado. Pero que no contenía nada.
Igual eso no me importó, lo que me importaba estaba afuera, visible al fin.
La letra era pequeña e indecisa.
Desde mi lugar, veía cómo la carta se iba acercando en un suave vaivén.
Pero las letras se volvían cada vez más extrañas, retorcidas.
En ese momento me dí cuenta de que el sueño comenzaba a diluirse.
Con desesperación, intenté rescatar alguna frase, pero era un sueño cliché.
Y me llegó un mensaje en palabras desvanecidas que no comprendí.
Así que sigo sin saber lo que el último hombre que amé y que no me quiso me iba a decir.
Se supone que en los sueños se revelan los misteros.
Y a mí me hubiera gustado saber.
Descifrar qué es lo que espero todavía, qué es lo que quiero me diga.
*Algo similar a esa frase leí una vez en un poema, pero no recuerdo de quién era. Si alguien lo sabe, agradeceré mucho la información, quiero leer ese libro otra vez.