sábado, 31 de marzo de 2018

París era una fiesta - Ernest Hemingway

Era un café simpático, caliente y limpio y amable, y colgué mi vieja gabardina a secar en la percha y puse el fatigado sombrero en la rejilla de encima de la banqueta, y pedí un café con leche. El camarero me lo trajo, me saqué del bolsillo de la chaqueta una libreta y un lápiz y me puse a escribir. Estaba escribiendo un cuento que pasaba allá en Michigan, y como el día era crudo y frío y resoplante, un día así hizo en mi cuento. Por entonces, ya los fines de otoño se me habían echado encima de niño y de muchacho y de joven y, puestos a describirlos, en unos lugares salía mejor que en otros. A eso se le llama transplantarse, pensé, y a lo mejor les conviene tanto a las personas como a otras especies cuando crecen. Pero en mi cuento los amigos bebían unas copas y me entró sed y pedí un ron Saint James. Sabía a maravilla con aquel frío y seguí escribiendo, sintiéndome muy bien y sintiendo que el buen ron de la Martinica me corría, cálido, por el cuerpo y por el espíritu.
Una chica entró en el café y se sentó sola a una mesa junto a la ventana. Era muy linda, de cara fresca como una moneda recién acuñada si vamos a suponer que se acuñan monedas en carne suave de cutis fresco de lluvia, y el pelo era negro como ala de cuervo y le daba en la mejilla un limpio corte en diagonal.
La miré y me turbó. Ojalá pudiera meterla en mi cuento, o meterla en alguna parte, pero se había situado como para vigilar la calle y la puerta, o sea que espera a alguien. De modo que seguí escribiendo.
El cuento se estaba escribiendo solo y trabajo me daba seguirle el paso. Pedí otro Saint James y sólo por la muchacha levantaba los ojos, o aprovechaba para mirarla cada vez que afilaba el lápiz con un sacapuntas y las virutas caían rizándose en el platillo de mi copa.
Te he visto, monada, y ya eres mía, por más que esperes a quien quieras y aunque nunca vuelva a verte, pensé. Eres mía y todo París es mío y yo soy de este cuaderno y de este lápiz.
Luego otra vez a escribir, y me metí tan adentro en el cuento que allí me perdí. Ya lo escribía yo y no se escribía solo, y no levanté los ojos ni supe la hora ni guardé noción del lugar ni pedí otro ron Saint James. Estaba harto de ron Saint James sin darme cuenta de que estaba harto. Al fin el cuento quedó listo y yo cansado. Leí el último párrafo y luego levanté los ojos y busqué a la chica y se había marchado. Por lo menos que esté con un hombre que valga pena, pensé. Pero me dio tristeza.
Cerré la libreta con el cuento dentro y me la metí en el bolsillo de la cartera, y pedí al camarero una docena de portugueses y media jarra del blanco seco que allí servían. Al terminar un cuento me sentía siempre vaciado y a la vez triste y contento, como si hubiera hecho el amor, y aquella vez estaba seguro de que era un buen cuento, aunque para saber hasta dónde era bueno había que esperar a releerlo al día siguiente.


Fragmento del libro París era una fiesta - Ernest Hemingway

viernes, 30 de marzo de 2018

jueves, 29 de marzo de 2018

Las muertes de Nina


Nina se muere todas las mañanas, mientras tomo el café. Por supuesto que esas muertes las provoco yo. Son muertes imaginarias, bosquejadas en word. Nina es mi vecina, Nina me odia y yo odio a Nina. Pero hoy, la desgracia ocurrió. Hoy la muerte de Nina se me fue de las manos, y Nina murió por última vez. 

La última muerte de Nina.

Desde mi patio puedo ver su terraza: el tendedero grande, cuadrado, girando con el viento, lleno de ropa y sábanas blancas, leves, ondeantes, terminando de secarse.

Ensimismado como estaba, admirando el espectáculo, tardé un poco en darme cuenta de que estaba empezando a llover. Me sobresalté  cuando una gota cayó en mi cara y maldije en voz alta. No sé por qué, pero en ese momento se me ocurrió gritar: ¡La ropa, Nina! ¡Está lloviendo, se te moja toda la ropa! Enseguida se oyó, al otro lado de la medianera, el ruido de la puerta mosquitero al golpearse y los gritos de Nina mientras subía, veloz,  decidida a rescatarlas, a pesar del manto de agua que ya se espesaba.

Yo, desde mi posición, podía ver todo lo que pasaba, sonriente, tranquilo, feliz. Feliz de haber superado el rencor, satisfecho de haber obrado bien. La certeza la tuve cuando ella, mientras subía, me dedicó una mirada agradecida. Tal vez allí, y con ese simple acto, se acabaran de una vez por todas, los venenos y odios acumulados durante años.

Pero Nina no llegó a la cima: uno de sus tobillos se torció y sin poder agarrarse de nada empezó a rodar escaleras abajo. La lluvia caía más fuerte, mojando a Nina, que, mientras caía y se desnucaba, miraba como la ropa colgada, también se mojaba.
Yo, desde el otro lado de la medianera, ya no podía hacer nada.



Silvio Mathar - De su libro inédito Las muertes de Nina  - Otro de Silvio: clic acá.

Siesta

Hago un collage
con los trocitos de sol que invaden la ventana,
el aire espeso, las partículas de nada.

miércoles, 28 de marzo de 2018

Insomnio para qué te quiero

Los ojos abiertos
la inquietud del pensamiento
las vueltas en la cama.
Las zapatillas de punta
las castañuelas
la guitarra criolla
los caballos, los recuerdos
el piano, el mar
y todo lo que no.

Un manojo de lápices negros
los libros infinitos
los cuadernos tachados.
La ventana semi abierta
la luna que no se ve
una reflexión, un pensamiento
el gato durmiendo a mis pies
el mate, el termo, el agua que está tibia
y todo lo que es.


sábado, 24 de marzo de 2018

Somos tan simples.
No hay misterio.
Somos contenido de manual.


Frase viejita, me la escribí a mí misma
alguna vez, pero me suena mejor en plural.

Los cartelitos de la recepcionista






No sé en qué idioma lo tengo que decir.

viernes, 23 de marzo de 2018

Borrador

Adónde se escribe la noche mamarracha.
Adónde el miedo.
Adónde la nada.
Adónde empieza la claridad.
Adónde la calma.



Hoy te vi.
Paseando entre la gente
y no eras vos.
Pero te vi.
Después.
Plantada frente a la ventana,
con un ramo de fresias doradas.
Tan entera, tan descarada.
Suplicabas versos a la lluvia.
Te dividías en gotas.
Y en charcos te multiplicabas.
Te enmudecías en lágrimas bizarras.
Te atorabas sombría
en mi garganta.

Y no sé decirte.
Y no sé nombrarte.
Y me odias.
Y me querés.
A partes iguales.

Y camino,
en esta noche estrellada.
Las mismas voces.
La misma plegaria.
Y te sueño.
Y me desvelo.
Y me anido.
Y te atormento.

Y no sé más nada.



Se llama borrador porque es un borrador de dos cosas que querían ser diferentes y terminaron siendo parte de la misma cosa, pero acortada.

jueves, 22 de marzo de 2018

Furia nocturna

Buscar la palabra exacta
esa que se clava
certera en la garganta.
No encontrarla.
Padecer
la noche, atormentada.
Llenar
cuadernos, hojas sueltas.
Imaginar
que las traduzco de mañana.
Desear:
Que llegue la luz.
El mate.
Despertar.
Prenderle fuego a todo:
Descansar.


                                                 

martes, 20 de marzo de 2018

lunes, 12 de marzo de 2018

Innecesario

Aprendí a caminar
con los ojos cerrados.
A tantear, a seguir,
el hilo delgado
que une los cabos.

sábado, 10 de marzo de 2018

Entrevista: Jorge Curinao - Poeta

Comparto un fragmento de la entrevista que le hice al poeta Jorge Curinao para Revista Kundra.
Para leer completa seguir el link que dejé abajo. Si alguien quiere decir algo que sea por acá, sino no me voy a enterar. 
Acá el blog del poeta: LA CHISPA ADECUADA


Jorge Curinao nació en Río Gallegos, Santa Cruz, una fría madrugada de otoño. En ese paraje del sur más ventoso, en una infancia enmarañada –nido de juegos, preguntas y plegarias-, y sin que él lo supiese siquiera, su poesía se estaba gestando. Ya en la adolescencia comenzó la búsqueda de la palabra exacta, esa que traduzca las sensaciones encontradas, los sentimientos, los arrebatos. Y la búsqueda se transformó en libro. En 2006 sale Sábanas de viento, elegido en el marco de la selección Mi Primer Libro, organizada por la Municipalidad de Río Gallegos. Posteriormente publicó Plegarias del humo (2009), Cactus (2010), Nadando (2012), y su más reciente obra, Otros animales, en 2014. Ese mismo año algunos de sus poemas fueron incluidos en la Antología Federal de Poesía de Patagonia, publicada por el Consejo Federal de Inversiones (CFI). En 2007 y 2015 representó a su provincia en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Hay mucho más para decir de este joven poeta, pero mejor, que lo diga él.


Jorge, ¿podrías compartir con nosotros alguno de tus poemas y contarnos algo sobre él?
Comparto este poema en prosa que forma parte de mi último libro, Otros animales, de 2014:
“Mi padre era un trabajador. Una mañana, en la primavera de 1987, se fue como todos los días. Pocos días después desapareció. Nadie supo bien qué pasó. Tal vez el mar. El cuerpo de mi padre muerto estuvo allí, en el mar, tirado por varios días, varias semanas. Nadie supo bien qué pasó. Como suele suceder. Desde entonces odio las muertes, las esperas y sobre todo, los ojos que no quieren mirar”.
Ponerle palabras a la muerte de mi padre me llevó la vida. Y esta forma, la del poema en prosa, también me llevó años.

¿Siempre viviste en el sur? 
Sí. Nací el mismo día que Juan Gelman, en una madrugada nevada. Eso cuenta mi madre.

¿Te gustaría vivir en otro lugar?
No, no podría vivir sin estos cielos. Además, si te fijás en un mapa, Río Gallegos está ahí, al borde del mar.  Eso también me atrae, la libertad en su máxima expresión. Eso sí, cuando puedo, me gusta ir unos días a Buenos Aires. Me gusta desintoxicarme de tanto silencio, adentrarme en el magnetismo de la gran ciudad. El viaje es un pretexto para comer un pancho en la Plaza de Mayo, tomar un café en el bar Iberia y visitar al Cayetano de la Catedral. He sido muy feliz ahí, en la Avenida de Mayo.

¿Cómo te acercaste a la escritura?
Me acerqué a la escritura a partir de la lectura de poemas de Mario Benedetti. Quiero decir que llegué a la escritura como lector de poesía, esencialmente.

Para leer completa siga el link (las respuestas son maravillosas): Entrevista al poeta Jorge Curinao

viernes, 9 de marzo de 2018

insomnio númeronosécuánto

Pensás que te vas a ir a dormir
con esa sonrisa grata.
El teléfono suena,
hijo mayor avisa
que hijo menor no ha regresado.

Pensás que el adolescente
con su novia se ha fugado.
Llamás a medio mundo
desde tu propio mundo lejano.
(Ellos están en provincia vos en capital).

El tiempo pasa,
tus manos envejecen.
Hace siglos que no fumabas,
encontrás los puchos de tu amiga,
te fumás cincuenta en dos micro segundos.

El tipo vuelve como si nada.
Madre, está todo bien.
(Avisa)
Que descanses, dulces sueños.

Sí, cómo no.
Gracias hijito.
(LPM).
Que descansen.


La vida es un poema... de Edgard Allan Poe.


En loop

El mate está tibio,
huele a miel y limón.
En la calle hay un perro que ladra.
(Me saca de clima, lo quiero matar).

Pongo música,
cierro la ventana.
A mis pensamientos
vuelven tus palabras.

Imagino, un gesto una mirada.
Rebobino.
Estoy de nuevo en la cama.
Te releo y vuelvo a empezar.




jueves, 8 de marzo de 2018

Esta noche con ella

Escucha a los ratones y baila
sueña con lo que pudiera ser:
lo mira, transpira,
se brota, suspira
estira la mano, no llega.
Donde no hay nada estoy yo,
recipiente vacío de su fantasía.
Me quema la cabeza, la adoro.
Hablamos de monogamias
de cosas absurdas.
Y el Pity ahora canta:
fuego, fuego, fuego.

Y ella se quema.


¿Por qué no puede ser de él?

domingo, 4 de marzo de 2018

Divagues resucitados

Hace mucho que no comparto uno de los divagues de mi mejor amigo de todo el mundo, que ahora anda vagando más que divagando. 

“Sólo hay una cosa que no me podrán quitar, un lugar donde no podrán entrar, mi pensamiento.” Eso decía Winston durante el terrorífico relato de 1984. Terrorífico no sólo por el escenario, ni por la perversión, sino porque al final, su pensamiento fue erradicado. A veces me descubro pensando en esta frase mientras leo alguna noticia, mirando algunos artículos, bajando por el Inicio de mi Facebook... Quiero creer que la libertad de opinión, que la personalidad, que la individualidad todavía existen. Quiero confiar en que el pensamiento crítico y las variantes siguen formándose en alguna parte. Que existe algo más aparte del bucle acción-reacción. Que no todo es una moda pasajera. Que no todo sale de nuestra boca o nuestros dedos, o en ocasiones simplemente de un click, para no volver. Quiero confiar en que los “me gusta” no importan tanto. Quiero seguir pensando que hay más jóvenes que ven los antiguos estandartes como antiguos estandartes. Quiero pensar que en un mundo donde hay algo nuevo cada día, algún día habrán nuevas opciones y no una y otra vez el recuerdo de aquello obsoleto. Quiero que la memoria histórica sea historia y que todas estas nuevas herramientas traigan nuevos actos que recordar después. Quiero olvidar todo lo que me perjudica, me contamina y no me aporta nada. Quiero ver a la gente ayudándose, no vídeos de rescates de animales con un pequeño texto “el mundo no es un lugar tan terrible”. Quiero que exista el realismo y que se olvide de una vez el vaso medio vacío o medio lleno. Quiero que recordemos qué hemos hecho, ¡para aprender de ello! Quiero que exista la igualdad en la que no se distinguan los sexos, ¡sino que se habla de humanidad! Quiero que las cosas simples dejen de complicarse innecesariamente. Quiero que olvidemos todo lo que nos hemos autoimpuesto a golpe de “esto es verdad y punto”. Quiero que dudemos. Quiero que nos preguntemos, pensemos, reflexionemos y nos tomemos nuestro tiempo. Quiero dejar de escuchar eso de “la vida es corta y no tengo tiempo”. Quiero que pensemos si la vida tiene valor material, y si es así quiero que me respondas: ¿en qué moneda cotizas? Quiero seguir creyendo que el pensamiento sigue siendo aquello que no nos pueden quitar.

Londres, enero 2015
 Walter Germán van Diest